miércoles, 20 de julio de 2011

Flexibilización cuantitativa, todo magia y misterio

Hasta fin del semestre, la Reserva Federal había inyectado US$ 600.000 millones en forma de flexibilización cuantitativa. El banco de Inglaterra bombeó US$ 320.000 millones. ¿Adónde fue a parar esa liquidez? No se sabe aún con mucha exactitud. Tampoco podrían explicarlo bien los gestores de la teoría cuantitativa, David Hume y John Stuart Mill (siglos XVIII y XIX). Ambos quedarían muy desorientados ante las actuales medidas de los grandes bancos centrales o el Fondo Monetario Internacional. Mucho más lo estarían ante Estados Unidos o Gran Bretaña, empeñados en el mayor experimento mundial para crear dinero mágico vía “flexibilización monetaria” (FM). En realidad, otra forma de emitir sin respaldo. La versión británica del ejercicio data de marzo de 2009 y la norteamericana recién surge en octubre pasado. Naturalmente, Gran Bretaña –hoy una economía de segunda línea- no quedó sola en un ejercicio derivado de la crisis sistémica (2006/09). Ya este año, a la RF se suman el banco del Japón y el Banco Central Europeo. Ahora, sin embargo, las grandes economías occidentales consideran FM2, otro desborde. El banco central tiene un tipo básico de corto plazo para prestar a los bancos comerciales. Cuando aquél baja, se transfiere al público vía menores costos hipotecarios y, a las empresas, en forma de crédito más barato. Otra manera de entenderlo consiste en imaginar que Gran Bretaña sufre de escorbuto. Un dictador benigno (Mervyn King, gobernador del banco de Inglaterra) sabe que hace falta vitamina C y emplea su monopolio sobre las naranjas para bajar el precio y promover su uso. Eventualmente, las naranjas se regalan, pero el escorbuto persiste. Entonces, apela a la magia para crear naranjas de la nada, alquila una flota de camiones y las distribuye en los mercados. Pero tal es la sobre oferta que también achata los precios de productos derivados; como jugos, mermeladas y vitamina C en tabletas. King resuelve por fin el problema del escorbuto. En enero de 2009, la oficina del conservador George Osborne, entonces ministro de hacienda en la sombra, sacó un parte sosteniendo que “imprimir moneda es el último resorte de los gobiernos desesperados y arriesga perder control de la inflación”. Más truculento, Vincent Cable, vocero demoliberal de la futura coalición, invocaba “el espectro de Zimbabwe y su megainflación endémica. En efecto, la FM puede llevar cualquier país por el camino de Harare”. Exactamente lo que este mes teme la Reserva Federal.

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