sábado, 24 de septiembre de 2005

No hay desarrollo sin industria.

Argentina, al igual que otros paises de tradición rentista que han obtenido ventajas de sus riquezas naturales, ha engendrado una clase dirigente que ha hecho DE LA PREDICA ANTIINDUSTRIAL UNO DE SUS ARGUMENTOS PREFERIDOS. Sector "ineficiente, caro y atrasado" e industriales "poco competitivos, evasores y succionadores de subsidios" suelen ser reflexiones recurrentes de los voceros de esos grupos. Es más, los fundamentalistas de ese evangelio, adjudican las culpas del agotamiento del modelo agroexportador, a una mezcla de factores, tales como "proteccionismo", "populismo" y "estatismo". Una circunstancia agravante es la aceptación de estos argumentos por otros sectores de la población. Argentina se modernizó antes de industrializarse. Su temprano desarrollo en materia urbana, disponibilidad de infraestructura de transporte, red eléctrica y de aguas, así como sistemas de salud, educación y cultura de avanzada, que se expresaba en el Buenos Aires de principios de siglo, deslumbró a muchos convenciéndolos DE LA INUTILIDAD DE PROMOVER UN DESARROLLO INDUSTRIAL frente a la fácil bonanza generada por la asociación de tierras fértiles, inversiones extranjeras y exportaciones agropecuarias. Por el contrario, en los paises desarrollados LA MODERNIZACIÓN LLEGÓ CON LA INDUSTRIA. Bajo diferentes formas pero SIEMPRE DE LA MANO DEL DESARROLLO MANUFACTURERO. El empresario industrial fue un factor de progreso frente al señor de la tierra. Durante los años noventa se perdieron más de 600.000 puestos de trabajo en el sector manufacturero ante la complacencia de los dirigentes y la indiferencia de los dirigidos (que buena culpa tienen por tolerar lo que debería enfurecer). Mientras que en 1975 un 16% de los ocupados pertenecía al sector manufacturero, en 1989 la proporción había disminuido al 12% para reducirse a sólo el 7% a fines del milenio. Esto significa que actualmente sólo UNO DE CADA 15 TRABAJADORES SE DESEMPEÑA EN UNA ACTIVIDAD MANUFACTURERA. Frente a estas cifras no faltará quien argumente que la reducción del empleo industrial es un hecho que se registra a escala mundial que no implica desindustrialización y que, más bien, expresa el aumento de productividad manufacturera sumado al crecimiento de las actividades de servicios. Pero en el caso de naciones muy industrializadas a pesar de los fuertes incrementos de productividad y el desarrollo del sector servicios, UNO DE CADA TRES O DE CADA CUATRO TRABAJADORES SIGUE VINCULADO LA INDUSTRIA. El sector de servicios en los paises de vanguardia suele ser de alta productividad y estar referido a PRODUCCIONES DE CONTENIDO CIENTÍFICO Y TECNOLÓGICO, como es caso del desarrollo de software, innovaciones técnicas, diseño, etc. Por el contrario, en la Argentina las actividades de ciencia y tecnología son prácticamente inexistentes mientras que se ha incrementado la producción de servicios de baja productividad, como el comercio ambulatorio y de kiosko, el remise, el reciclaje de basura, el trueque, los trabajos comunitarios en el marco de planes sociales, etc. Las consecuencias de la desindustrialización son terminantes: pobreza y desempleo.

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